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2013-09-30

Soltando amarras... En pie.


...

   Moett continuaba repartiendo las órdenes entre el resto de de los responsables de trasladar de la forma más eficaz lo previsto durante meses, al resto de la aldea. Así, había dispuesto también a otra mujer al mando del grupo de arqueras que organizaría la defensa de los flancos sur y oeste, sería Neeren la encargada.
   Ambos grupos de arqueras se colocarían de manera estratégica repartidas por los árboles, sobre unas bases camufladas y parapetadas tras unos troncos de madera. En cada puesto, tenían ya dispuestas 400 flechas debidamente preparadas durante meses, ni una más ni una menos. Estas, eran elaboradas con vara de avellano, pulidas y enderezadas convenientemente, y con una finísima pero mortal punta de acero capaz de perforar , como el cuchillo caliente la mantequilla, cualquier armadura existente por entonces. Estas mujeres y sus arcos, habían demostrado durante años su efectividad, hasta el punto de no fallar ni uno solo de sus tiros en defensa de la aldea ante incursiones de clanes vecinos.

   Otro grupo estaba formado por los soldados de a pie, llamados, los Oïnak. Dirigidos por los trillizos Loon.
Eran guerreros muy disciplinados y fuertes. Portaban dos espadas cortas o un hacha cada uno y cuatro puñales para lanzar. Vestían únicamente el kilt y protegían sus antebrazos a base de colocar sobre ellos unos protectores de cuero grueso. Estos soldados estarían dispuestos en grupos de tres por todo el perímetro de la aldea y camuflándose en grupos de seis por el interior del bosque en las zonas de entrada a la aldea. Además del grueso del ejercito, unos dos mil hombres, que aguardarían en las campas próximas a la aldea.
   El resto de combatientes se encargarían de activar las trampas repartidas por el bosque y alrededores, e incluso por la propia aldea en el momento adecuado. Permanecerían en sus puestos protegidos por una arquera o por un oïnak al menos, dependiendo de su posición.

   Las mujeres y hombres más ancianos, embarazadas, los menores de catorce años y todo aquel que no pudiese participar por enfermedad o discapacidad de la defensa de la aldea, serían protegidos en el interior de la cueva llamada Zull. Inexpugnable y provista de víveres, agua y animales vivos, además de hospital de campaña y todo tipo de necesidades básicas para soportar en su interior durante al menos dos años a una población de setecientas personas. Zull era una ciudad en la misma aldea.

   Poco a poco, los grupos se fueron deshaciendo en aparente desorden, y dirigiéndose todos hacia sus chozas a prepararse, fueron desapareciendo de las lomas próximas a la cabaña en la que se encontraban Anskar y Bäkar.


   En el interior de la fortaleza de Badmilk, el nauseabundo olor de la sangre encharcándose sobre el suelo, se multiplicaba con el calor que desprendían las múltiples antorchas y lámparas de aceite utilizadas para alumbrar tan basto recinto. Aún era la séptima ejecución del día.

   El resto de los acusados de traición al clan, unos quince, aguardaban su trágico final encerrados en una jaula mediana que no les permitía separarse siquiera unos de otros. Desnudos y en unas condiciones pésimas tras haber permanecido durante semanas quizás en los calabozos y salas de tortura de los bajos del torreón.

   Pese a estar faltos de alimento y de aseo, muchos malheridos con profundos cortes y desgarros u otros con múltiples roturas de huesos, ninguno de ellos emitía un solo lamento ni gesto de dolor. Algo había en sus ojos, que denotaba que no estaban presentes, como si realmente no hubiese nadie en el interior de esos cuerpos. Tan solo en el momento que mediante unas varas eran sacados uno a uno de allí, parecían sentir un mínimo de sufrimiento. Quizás incluso involuntario.
   Todos ellos eran vecinos de la aldea, acusados de espionaje, cuando realmente se trataba en su mayoría de comerciantes de la aldea que habían sido raptados en los caminos que estas gentes tomaban para dirigirse a Edimburgo a vender sus productos. Aceite de ballena, bacalao seco y sobre todo sus valiosas piedras preciosas extraídas de la cueva Zull. Verdadero motivo, junto con el gusto macabro de Bëltzez por la sangre y el sufrimiento ajeno, de que esas personas se encontrasen allí.

   Entre aquellas que aún aguardaban su turno para posteriores días se encontraba Aliz, arquera y madre de Bäkar. A ella la sorprendieron tres blackers en un puesto de vigilancia un amanecer, justo antes del cambio de turno. La habían amputado ambas manos hacía unas horas, y sus heridas ni siquiera habían podido ser curadas. Moriría desangrada posiblemente antes de la ejecución, mientras, se encontraba tumbada sobre húmedo suelo del calabozo, también ausente.



   –He de incorporarme como pueda. –Pensó Anskar a la vez que hacía un esfuerzo más para levantarse. Realmente se sentía cada vez mejor, a cada momento que pasaba veía como iba recuperando parte de su movilidad y sus fuerzas. De hecho, y ante las miradas incrédulas de Bäkar y de Hosspur que acababa de entrar, el extranjero se hallaba ya de pie incorporado junto a la cama. No se lo podían creer, ninguno de los tres.

   –Es la primera vez que veo algo así muchacho, pocos han salido de un simple roce con una de esas fechas, mucho más difícil en el corto espacio de unas horas, tal y como has hecho. Lo único que te sugeriría es que te cubrieses, como puedas. –Dijo Hosspur mirando a Anskar y señalándole con la mirada pícara y burlona hacia su miembro y de seguido a Bäkar, la cual ocultaba su sonrisa tras sus manos, a la vez que jugaba a no mirar.

El riego sanguíneo había vuelto a la normalidad calentando todo su cuerpo, y la extraña y creciente sensación de bienestar habían logrado que, como por instinto, el pene de Anskar estuviese erecto, cosa de la que él no era consciente aún.

–¡Oh!, ¡lo siento! –Exclamó, y de un solo salto paso hacia la parte trasera del camastro quedando agachado tras él. – Necesito mis ropas.

–Tus ropajes estaban destrozados y fueron ya quemados, deberás vestirte con el kilt. Lo tienes justo tras de tí, Anskar, sobre el banco de madera. –Le informó Bäkar mientras esta hacía que miraba para otro lado.

Mientras, Hosspur se dirigió a él para comprobar el estado de la herida.

–Buen trabajo Bäkar, herida limpia y aseada. ¡Incluso parece que estuviese cicatrizando por momentos, es increíble! –Dijo asombrado acercando ya, una de las lamparitas al maltrecho hombro. –Chico, creo que dada tu rápida recuperación, podemos empezar a hablar de todo lo que debemos tratar, de porqué estas aquí y para qué. Y cuanto antes, mejor. Mi idea era trasladarte a una cueva donde protegerte, pero creo tras lo visto que no será necesario y que podremos comenzar con todo mucho antes.
Hsspur cogió a Anskar de los brazos entonces y emocionado le dijo:
–Eres posiblemente nuestra última esperanza, Anskar.

M.B.2013
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